En un mundo cada vez más digital, la seguridad de la información se ha convertido en una prioridad máxima para las organizaciones. Sin embargo, el eslabón más débil en la cadena de seguridad suele ser el proceso de autenticación de los empleados, que tradicionalmente ha dependido de las contraseñas. Este método, plagado de vulnerabilidades como el phishing, la ingeniería social y el robo de identidad, está siendo cuestionado y lleva a una reflexión profunda sobre su eficacia en el entorno corporativo actual.
Es decir, las corporaciones conocen cuales son sus puntos más vulnerables, pero no siempre es fácil abordar los dolores de la seguridad en términos de autenticación y uso de contraseñas.
Depender de métodos de control de acceso de este estilo, representa un desafío constante para las organizaciones que deben protegerse de ataques cibernéticos cada vez más sofisticados, lo que resalta la necesidad urgente de explorar soluciones más seguras.
La gestión de contraseñas suele ser ineficiente y compleja, sin mencionar que los colaboradores y usuarios deben poder recordar múltiples credenciales complejas, afectando la eficiencia operativa, la experiencia de empleados y a la vez plantea un riesgo considerable para la integridad de los sistemas de información.
Pero entonces, ¿cómo podemos mejorar la experiencia y la eficiencia sin resignar seguridad? Cómo casi siempre, la respuesta está en la innovación tecnológica.
Ante estos desafíos, la industria mostró una clara evolución hacia tecnologías de autenticación más robustas, como la autenticación multifactor (MFA), los tokens y los códigos de acceso de un solo uso (OTPs). Estas soluciones ofrecen capas adicionales de seguridad. Pero cuidado, que no están exentas de limitaciones: habrá que considerar la interrupción del flujo de trabajo del usuario y la necesidad de dispositivos adicionales.
En este complejo entramado de opciones, la autenticación sin contraseñas emerge como una solución prometedora para superar los desafíos de seguridad inherentes a las contraseñas. Esta nueva ola de tecnologías, que incluye la biometría y las credenciales verificables, permite una autenticación segura y sin fricciones, reduciendo significativamente la exposición al riesgo de ataques de phishing y otras formas de ciberdelincuencia.
¿Y qué sabemos sobre estas tecnologías?
Bueno, la biometría es una tecnología que utiliza características físicas o de comportamiento únicas para verificar identidad. Esto abarca: huellas dactilares, reconocimiento facial y patrones del iris, entre otras. Su valor radica en la dificultad para falsificar estas características, ofreciendo así una forma de autenticación segura.
Aquí encontramos dos categorías principales: la Biometría Centralizada y la Biometría Autogestionada, apoyada por el estándar FIDO2.
La Biometría Centralizada implica la recopilación y almacenamiento de información biométrica en una base de datos central. Cuando un usuario accede, sus datos se comparan con los previamente almacenados para verificar su identidad. Este método, si bien es efectivo, genera preocupaciones en torno a la privacidad y la seguridad, ya que la concentración de estos datos en un solo lugar presenta un atractivo objetivo para los atacantes, quienes, al acceder, podrían comprometer la identidad de todos los usuarios registrados.
En cambio, la Biometría Autogestionada con el respaldo del estándar FIDO2 (Fast Identity Online), promueve que los dispositivos de los usuarios, tales como smartphones o laptops, procesen y validen la información biométrica de manera local, sin necesidad de transmitir estos datos sensibles a un servidor remoto. De esta manera, cada usuario mantiene el control de su propia información biométrica, almacenándola únicamente en su dispositivo personal. Este enfoque no sólo empodera a los usuarios, sino que reduce significativamente la superficie de ataque al eliminar la necesidad de una base de datos central vulnerable.